Y de hierro es... I

Cuando, hacia 1900, el auge de la ciudad de Buenos Aires imponía una importada moda de edificios afrancesados e intalianizantes, como una tardía oleada del estilo que decaía en Europa, los sistemas constructivos con estructura de metal eran, desde ya algún tiempo, los que estaban reemplazando a los tradicionales en los países industrializados de Europa y Estados Unidos. Es cierto que existía un desconcierto y una confusión mundial generalizados sobre cuál debía ser el aspecto de esta nueva arquitectura surgida de la Revolución Industrial. Los sistemas y tipologías antiguos no eran totalmente compatibles con los recientes de esa época aunque, sin embargo, los únicos disponibles y conocidos.
Como siempre, antes y ahora, la arquitectura era la representación de un un grupo de aspectos y pensamientos que caracterizaban a la sociedad; pero la forma que tomará esa representación de esta nueva sociedad industrial, será una búsqueda que se va a extender hasta entrado el siglo XXI.
Y así, aquí, en la transculturización de esos modelos y estructuras se generó un collage. Esta confusión mundial, que en Buenos Aires se mezcla con el delay de la llegada de unos estilos cuya significancia representativa tiene valor importante, deriva por momentos en construcciones con columnas y vigas de hierro pero con fachadas típicas del academicismo de la École de Beaux Arts, y, a veces, ocultando el verdadero soporte estructural "revestido" de ladrillos u otros materiales.
Casi toda la avenida de Mayo está construída de esta manera, el palacio de Aguas, los edificios fabriles cercanos al puerto, los docks de Puerto Madero, sólo para nombrar algunos.

Final de un frontis









Era lunes 3 de Noviembre, como cualquier otro lunes o cualquier otro día. Yo andaba algo ataviada de cosas, de aquí para allá, más por mi estilo que por un apuro real, averiguando presupuestos y comprando bocallaves.
Fue pura casualidad que se me hubiese ocurrido preguntar unos precios en la pinturería de la calle Defensa al 800. Como venía rápido no noté, al principio, el tumulto de personas en medio de la calle. La gente, no mucha en ese momento, rodeaba algo, algo grande que yacía pesadamente. “Un accidente” pensé cuando me acercaba. En realidad, soy poco sensacionalista y cuando ocurren estas cosas prefiero no mirar. Sin embargo, debido a la inmensidad de lo que yacía, y de que el incidente había sucedido justo enfrente de la puerta de la pinturería, me vi obligada a hacerlo. Allí, sobre los adoquines de la calle y la angosta vereda, rodeado de gente en una ceremonia que parecía de luto, perecía un frontis. Algunos susurros, cual velatorio, venían de los vecinos: “¡Que suerte que no lastimó a nadie!” Y otra vez la casualidad: este pedazo de edificio y de historia, que había decidido morir un lunes 3 de Noviembre a las cinco en punto de la tarde, sólo arañó la chapa de una camioneta levemente. Nadie caminaba justo debajo de él.
Ante semejante incidente que la casualidad quiso poner delante de mí, yo, la cazadora de crónicas porteñas, entré en un estado de angustia y ansiedad, sabiendo despojada de mi cámara de fotos. El tiempo apremiaba; no duraría mucho el cuerpo sin vida de ésta enorme criatura urbana antes de que fuera removido. Debía actuar con celeridad. Tarde cuarenta minutos en recorrer las quince cuadras de ida y las quince de vuelta (tal vez caminando hubiese tardado menos). Para cuando regresé al lugar ya había cercado todo. No obstante pude sacar las fotos que aquí muestro.
Pido un minuto de silencio por este trozo de patrimonio que ha muerto un lunes cualquiera, en San Telmo.