No voy a
ser precisa en ningún concepto. No los conozco con exactitud. Simplemente voy a
decir que pertenezco a una generación diferente a la de nuestros padres y
abuelos.
Hay tres –si
no más- grandes divergencias entre la generación “Y” y las generaciones
anteriores: una es que descreemos de las "verdades" heredadas, otra, es
nuestro concepto de tiempo y una
tercera, es la importancia que tienen para nosotros las experiencias.
Venimos de
padres que estudiaron y se recibieron y que son profesionales y cuyos padres los
incentivaron a estudiar, quienes venían, a su vez, de una cultura del esfuerzo
y del trabajo inculcada por nuestros bisabuelos, que fueron inmigrantes y a
quienes les tocó la -difícil- tarea de establecerse en un nuevo país.
Generación
tras generación esta “cultura del trabajo” venía desarrollándose con gran
inercia. Comenzó con los antepasados inmigrantes, sus hijos que dedicaron su
vida al trabajo y los hijos de estos, que recibieron educación. Todos siempre
dedicándose con esfuerzo al estigma que les tocase. Por eso nuestros padres pensaron
que con nosotros pasaría lo mismo. Nos dieron todas las herramientas que hubo a
su alcance: nos hicieron estudiar, nos llevaron a idiomas, nos hicieron viajar.
De alguna manera ellos esperaban que se replicase en nosotros esa continuidad
de crecimiento que se venía dando desde hacía tres generaciones anteriores. Nos
hablaban de un futuro en el que tendríamos mucha prosperidad, éxito, poder y
riqueza. Por poco, nuestros padres nos educaron para ser los presidentes de una
nación. Pero cuando fue nuestro momento de lucirnos y de poner en práctica todo
lo que nuestros padres nos dieron, el contexto había cambiado y nos encontramos
con que no teníamos más oportunidades por tener más educación. De hecho, a
veces, hasta nos jugaba en contra.