Descubrimiento arqueológico: Café de Hansen

Ésta es una crónica que apareció en algunos diarios del sábado 27/12/2008. Me pareció muy interesante. Se trata del descubrimiento de algunos restos de un café tanguero, el "Café de Hansen", en las inmediaciones de 1900 y de unos túneles pertenecientes a la primer usina eléctrica de la ciudad. Mírenla clicleando en los siguientes links:

http://www.clarin.com/diario/2008/12/27/um/m-01829038.htm
http://www.infobae.com/contenidos/422921-0-0-Descubren-importantes-restos-del-pasado-porteño

Ciudad

¿Alguna vez se preguntaron qué pensaba Mujica cuando escribió “Misteriosa Buenos Aires?”

Abrió los ojos. Estaba en la cama, boca abajo, las piernas y brazos extendidos. Sólo una sábana cubría su cuerpo; no hacía frío. El sol entraba por los postigos entreabiertos. No era temprano, tal vez las once. Se quedó sin moverse un rato, respirando lento, disfrutando de esa serena mañana de domingo. De afuera le llegaban gritos de niños jugando, cantos de pájaros, tal vez campanadas que venían de lejos.
El libro “Misteriosa Buenos Aires” abierto en el suelo, el lomo hacia arriba. Lo había comenzado a leer la noche anterior. Le cautivaba la manera en que el escritor contaba la historia a través de sus narraciones, la exactitud cronológica, las escenas tan vívidas. Los cuentos relataban en sus palabras los cambios que había sufrido la ciudad, desde pequeña aldea con apenas algunas construcciones desparramadas, el ejido poco consolidado del siglo XVIII, el germen de la cuadrícula de Garay que poco a poco fuera creciendo, los zaguanes, los patios, las recovas, las escalinatas y luego la ciudad de palacios de salones dorados.

Le apasionaba Buenos Aires. Vivía en el casco histórico, en un edificio antiguo.
Finalizaba el 2008.

Y aún sin moverse pensó qué pasaría si tal vez afuera no hubiese más edificios del siglo XXI, ni del XX, tal vez apenas algunos del XVIII y de antes que eso, si todos hubiesen desaparecido, si Buenos Aires volviese a ser una aldea, si las construcciones más altas fuesen los campanarios de las iglesias, si no hubiese autos ni avenidas, ni oficinas, ni colectivos, si sólo hubiesen casas, un fuerte, campo, calles de tierra e iglesias y si sólo se pudiesen ver las cúpulas y sus cruces y el horizonte y el río.
Se levantó. Abrió los postigos y miró para afuera. Todo estaba igual que siempre, nada había desaparecido. Del paisaje que se recortaba a través de las carpinterías de madera pulida se veían pedazos aislados de historia junto a edificios de la segunda mitad del siglo XX, azoteas tapizadas por membranas, rascacielos del barrio nuevo, edificios industriales, pocas torres recortadas de algunos campanarios de iglesias añejas, casi ocultas.
Trató de imaginar la ciudad de 1700, de aislar y de ver sólo lo que tuviese más de doscientos años -su casa también desaparecería. Así, llevantándose apenas del barroso territorio surgiría la historia. Tal vez así lo haya pensado, al menos a veces, también Mujica.

Y de hierro es... I

Cuando, hacia 1900, el auge de la ciudad de Buenos Aires imponía una importada moda de edificios afrancesados e intalianizantes, como una tardía oleada del estilo que decaía en Europa, los sistemas constructivos con estructura de metal eran, desde ya algún tiempo, los que estaban reemplazando a los tradicionales en los países industrializados de Europa y Estados Unidos. Es cierto que existía un desconcierto y una confusión mundial generalizados sobre cuál debía ser el aspecto de esta nueva arquitectura surgida de la Revolución Industrial. Los sistemas y tipologías antiguos no eran totalmente compatibles con los recientes de esa época aunque, sin embargo, los únicos disponibles y conocidos.
Como siempre, antes y ahora, la arquitectura era la representación de un un grupo de aspectos y pensamientos que caracterizaban a la sociedad; pero la forma que tomará esa representación de esta nueva sociedad industrial, será una búsqueda que se va a extender hasta entrado el siglo XXI.
Y así, aquí, en la transculturización de esos modelos y estructuras se generó un collage. Esta confusión mundial, que en Buenos Aires se mezcla con el delay de la llegada de unos estilos cuya significancia representativa tiene valor importante, deriva por momentos en construcciones con columnas y vigas de hierro pero con fachadas típicas del academicismo de la École de Beaux Arts, y, a veces, ocultando el verdadero soporte estructural "revestido" de ladrillos u otros materiales.
Casi toda la avenida de Mayo está construída de esta manera, el palacio de Aguas, los edificios fabriles cercanos al puerto, los docks de Puerto Madero, sólo para nombrar algunos.

Final de un frontis









Era lunes 3 de Noviembre, como cualquier otro lunes o cualquier otro día. Yo andaba algo ataviada de cosas, de aquí para allá, más por mi estilo que por un apuro real, averiguando presupuestos y comprando bocallaves.
Fue pura casualidad que se me hubiese ocurrido preguntar unos precios en la pinturería de la calle Defensa al 800. Como venía rápido no noté, al principio, el tumulto de personas en medio de la calle. La gente, no mucha en ese momento, rodeaba algo, algo grande que yacía pesadamente. “Un accidente” pensé cuando me acercaba. En realidad, soy poco sensacionalista y cuando ocurren estas cosas prefiero no mirar. Sin embargo, debido a la inmensidad de lo que yacía, y de que el incidente había sucedido justo enfrente de la puerta de la pinturería, me vi obligada a hacerlo. Allí, sobre los adoquines de la calle y la angosta vereda, rodeado de gente en una ceremonia que parecía de luto, perecía un frontis. Algunos susurros, cual velatorio, venían de los vecinos: “¡Que suerte que no lastimó a nadie!” Y otra vez la casualidad: este pedazo de edificio y de historia, que había decidido morir un lunes 3 de Noviembre a las cinco en punto de la tarde, sólo arañó la chapa de una camioneta levemente. Nadie caminaba justo debajo de él.
Ante semejante incidente que la casualidad quiso poner delante de mí, yo, la cazadora de crónicas porteñas, entré en un estado de angustia y ansiedad, sabiendo despojada de mi cámara de fotos. El tiempo apremiaba; no duraría mucho el cuerpo sin vida de ésta enorme criatura urbana antes de que fuera removido. Debía actuar con celeridad. Tarde cuarenta minutos en recorrer las quince cuadras de ida y las quince de vuelta (tal vez caminando hubiese tardado menos). Para cuando regresé al lugar ya había cercado todo. No obstante pude sacar las fotos que aquí muestro.
Pido un minuto de silencio por este trozo de patrimonio que ha muerto un lunes cualquiera, en San Telmo.

Huellas















La expresión "huellas" es robada de una amiga. A ella le llamaban siempre la atención las marcas en los vacios que dejaban los edificios demolidos. Caños, cerámicas, escaleras, techos inclinados.





Estas son las huellas de un estacionamiento que tiene sus espaldas con el Colegio Nacional Buenos Aires y la Manzana de las luces.

¡Mirá para arriba!

¡Esperá, esperá, perá! ¡No subas! Yo sé que la señora de atrás te grita, que el tipo de al lado se te quiere colar y que la oficinista de tacos te mira con bronca de reojo como pensando: “¿Y a este tarado qué le pasa?”. Pero vos no subas.
Cuando los bocinazos y las frenadas vuelvan a oírse, cuando el vaho se disipe con smog, cuando la luz solar reemplace a la lúgubre luz del subte, entonces pará de subir y mirá para arriba. Si tenés una baranda a tu alcance, agarrala fuerte y recién, recién ahí, sin bajar la cabeza, subí.

Embajada Astro- Húngara

Me ha contado un arquitecto la historia de este edificio. Fue construido en 1910 por el arquitecto Ronnow. Por el emperador Astro- Húngaro y la emperatriz Sisi.
Fue levantado con una ideología marxista. Los grandes atlantes son los trabajadores (se pueden ver las herramientas de trabajo en sus manos), que sostienen al mundo. Sobre sus cabezas, la burguesía con forma de pingüinos, hoy casi desaparecidos de los balcones donde solían estar. Sobre éstos, las águilas representan el poder militar; los faldones de las cúpulas, el clero, y finalmente, coronando las alturas, los remates de las cúpulas en forma de corona y de (en mi parecer) sol radiante, simbolizan al emperador y a la emperatriz.

Colapso de la ciudad

Que el centro de Buenos Aires ha colapsado, no es noticia de la que los porteños y los habitantes del conurbano no se hayan enterado.
Tomarse un colectivo en esa zona, a cualquier hora, significa avanzar seis cuadras en veinte minutos, y ni hablar en horas picos, y todo eso, si uno tiene la suerte de que no hayan desviado el recorrido.
Viajar en auto no es mucho más placentero. Por un lado, tenemos rápidas y cómodas autopistas que terminan en embudo al llegar al centro, logrando, en horas picos, el colapso de las vías de tránsito. Por otro lado, la falta de espacios libres para estacionar, lleva al arbitrio de los estacionamientos en cuanto a los costos de las cocheras. Con sólo alejarse del trajín de la zona céntrica las tarifas decrecen sensiblemente en valor.
Pondrían pensarse políticas viales que desalienten el uso de los automóviles privados para el acceso al centro alentando el transporte público. Pero ésto, en mi opinión, haría colapsar, a este último medio de transporte, ya de por sí colapsado.
Lo que encuentro más adecuado hacer, como solución, es descentralizar. La zona sur, Barracas, La Boca, disponen de sobrado espacio para absorber diferentes tipologías hoy no muy caracterizadas en la zona (viviendas, comercios, oficinas); cuentan, a su vez, con redes viales cómodas que podrían repensarse y adecuarse a un nuevo cambio.
Las zonas aledañas a autopistas, como la Panamericana, también han sido elegidas por diferentes empresas para ubicar sus oficinas, siendo ésta otra manera de descentralizar, sirviéndose del concepto de que si una persona tiene un automóvil para llegar al centro, entonces también puede viajar por autopista.
Creo también importante considerar, que una descentralización del centro y microcentro de Buenos Aires no sólo plantea una solución a nivel transporte, sino que contempla factores sociales, económicos, de infraestructura, edilicios y ecológicos.

Iglesia San Andrés










La Iglesia presbiteriana San Andrés, ubicada en Av Belgrano 579 tiene una salida lateral hacia la calle Perú, justo entre el edificio de la Secretaría de Cultura y el conocidísimo boliche "Rey Castro". Lo peculiar de toda esta historia, es que dicha salida no tendrá más que tres o cuatro metros, resultando, a mi parecer, más interesante que la casa mínima, ubicada en el pasaje San Lorenzo, por un lado. Por otro, su estilo es tan diferente y contrastante al sus vecinos, que genera, a los ojos de los transeuntes menos apurados, un choque visual entre absurdo y cómico.

Estacionamiento en calle Defensa

En la calle Defensa al 500, casi a mitad de cuadra, hay un estacionamiento vacío. Un enrejado de trama abierta lo separa, sobre la Línea Municipal, del atolladero de la calle Defensa. Con todo lo que esta calle ofrece (casas de antigüedades, centros culturales, edificios históricos, negocios, ferias), un estacionamiento no es atracción, a menos que seamos curiosos y nos interese ver siempre lo que pasa hacia adentro, más allá de los muros de las fachadas, más allá de las ventanas abiertas, más allá de la propiedad privada, de lo que no nos correspondería ver, hasta las cocinas, hasta los cuartos, hasta las manías de los habitantes, si es posible hasta los fondos de manzanas, hasta las otras calles paralelas, hasta los patios internos, bah… hasta todo.
Iluminada sólo por la luz de la calle, una gran superficie vacía de autos, de cosas, de gente, pero llena de basura. Sí, de basura. Me imagino la situación en blanco y negro. Cada bolsa, cada botella de gaseosa, cada envase de galletitas, todo acomodado, como con un ritmo, un orden. Todo sobre el piso de cemento. Nada se mueve, ni el viento quiere entrar en esta imagen inmóvil de decadencia, de desinterés.
Miles de turistas caminan por estas veredas y probablemente no vean hacia adentro. Aunque a mí me parece que debería ser un punto más en sus recorridos. “Pasen, miren, señores turistas, ésto también es Buenos Aires”.

Frío polar


Frío polar
Hay un cartel de heladeras en un edificio de la calle Perú casi Av. Belgrano, justo enfrente al edificio que debía haber sido la embajada Astro-Húngara a principios de siglo XX. En este aviso de 1939 puede leerse:”Heladeras Polaris. Frío polar en su hogar.” Y aparece una dirección: Perú 362. Su imagen muestra una heladera enchufada a la zona polar (supongo que es lo que quieren mostrar) de un planeta Tierra con ojos, nariz y boca que no parece muy contento (tal vez porque no le resulta muy gracioso los gases tóxicos que usaban los refrigeradores. En fin, no creo que sea por eso que no parece contento).
El aviso parece de los años cincuentas o sesentas. Y tal vez lo sea ya que está pintado sobre un edificio antiquísimo recuperado por la Secretaría de Cultura y donde ahora funcionan, supongo, oficinas de la misma. Lejos de ser un capricho, la subsistencia de dicho aviso, la encuentro expresa, muy a propósito, como si al refuncionalizar el edificio hubiese existido una intención de conservar también parte de la historia escrita en sus paredes. Sólo en paso del tiempo deterioro su superficie.

El “patio porteño”, hueco que quedó sin edificar o que fue víctima de las normas edilicias de nuestros códigos de edificación, en la esquina de Av. Belgrano y Perú nos delata la presencia, desde varias cuadras atrás, del susodicho cartel decida recuperar el edificio.

Calle Piedras


Piedras es una calle que me gusta. Tengo una sensación: a partir de Bolivar, hasta pasada la Av. 9 de Julio, todas sus paralelas se van domesticando, volviendo más sencillas, menos formales, menos comerciales.
Piedras es tectónica. No sé por qué me genera esta impresión. Varias veces camino por ella y no logro exlicarmelo. Serán sus edificios, sus negocios. Sin embargo, nunca pasa de ser una impresión.
Hay un edificio, "el Mejicanito", como yo lo bauticé, en Piedras e Hipólito Yrigoyen, cuya cúpula me recuerda a los sobreros de alas grandes mejicanos. Sé que también podría asimilarse a un bebedero de aves (más, tal vez, que a un sombrero). De un modo u otro, es una cúpula que me gusta ver.