Ciudad

¿Alguna vez se preguntaron qué pensaba Mujica cuando escribió “Misteriosa Buenos Aires?”

Abrió los ojos. Estaba en la cama, boca abajo, las piernas y brazos extendidos. Sólo una sábana cubría su cuerpo; no hacía frío. El sol entraba por los postigos entreabiertos. No era temprano, tal vez las once. Se quedó sin moverse un rato, respirando lento, disfrutando de esa serena mañana de domingo. De afuera le llegaban gritos de niños jugando, cantos de pájaros, tal vez campanadas que venían de lejos.
El libro “Misteriosa Buenos Aires” abierto en el suelo, el lomo hacia arriba. Lo había comenzado a leer la noche anterior. Le cautivaba la manera en que el escritor contaba la historia a través de sus narraciones, la exactitud cronológica, las escenas tan vívidas. Los cuentos relataban en sus palabras los cambios que había sufrido la ciudad, desde pequeña aldea con apenas algunas construcciones desparramadas, el ejido poco consolidado del siglo XVIII, el germen de la cuadrícula de Garay que poco a poco fuera creciendo, los zaguanes, los patios, las recovas, las escalinatas y luego la ciudad de palacios de salones dorados.

Le apasionaba Buenos Aires. Vivía en el casco histórico, en un edificio antiguo.
Finalizaba el 2008.

Y aún sin moverse pensó qué pasaría si tal vez afuera no hubiese más edificios del siglo XXI, ni del XX, tal vez apenas algunos del XVIII y de antes que eso, si todos hubiesen desaparecido, si Buenos Aires volviese a ser una aldea, si las construcciones más altas fuesen los campanarios de las iglesias, si no hubiese autos ni avenidas, ni oficinas, ni colectivos, si sólo hubiesen casas, un fuerte, campo, calles de tierra e iglesias y si sólo se pudiesen ver las cúpulas y sus cruces y el horizonte y el río.
Se levantó. Abrió los postigos y miró para afuera. Todo estaba igual que siempre, nada había desaparecido. Del paisaje que se recortaba a través de las carpinterías de madera pulida se veían pedazos aislados de historia junto a edificios de la segunda mitad del siglo XX, azoteas tapizadas por membranas, rascacielos del barrio nuevo, edificios industriales, pocas torres recortadas de algunos campanarios de iglesias añejas, casi ocultas.
Trató de imaginar la ciudad de 1700, de aislar y de ver sólo lo que tuviese más de doscientos años -su casa también desaparecería. Así, llevantándose apenas del barroso territorio surgiría la historia. Tal vez así lo haya pensado, al menos a veces, también Mujica.

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