La generación Y, el nuevo paradigma de la juventud

No voy a ser precisa en ningún concepto. No los conozco con exactitud. Simplemente voy a decir que pertenezco a una generación diferente a la de nuestros padres y abuelos.
Hay tres –si no más- grandes divergencias entre la generación “Y” y las generaciones anteriores: una es que descreemos de las "verdades" heredadas, otra, es nuestro concepto de tiempo y una  tercera, es la importancia que tienen  para nosotros las experiencias.
Venimos de padres que estudiaron y se recibieron y que son profesionales y cuyos padres los incentivaron a estudiar, quienes venían, a su vez, de una cultura del esfuerzo y del trabajo inculcada por nuestros bisabuelos, que fueron inmigrantes y a quienes les tocó la -difícil- tarea de establecerse en un nuevo país.
Generación tras generación esta “cultura del trabajo” venía desarrollándose con gran inercia. Comenzó con los antepasados inmigrantes, sus hijos que dedicaron su vida al trabajo y los hijos de estos, que recibieron educación. Todos siempre dedicándose con esfuerzo al estigma que les tocase. Por eso nuestros padres pensaron que con nosotros pasaría lo mismo. Nos dieron todas las herramientas que hubo a su alcance: nos hicieron estudiar, nos llevaron a idiomas, nos hicieron viajar. De alguna manera ellos esperaban que se replicase en nosotros esa continuidad de crecimiento que se venía dando desde hacía tres generaciones anteriores. Nos hablaban de un futuro en el que tendríamos mucha prosperidad, éxito, poder y riqueza. Por poco, nuestros padres nos educaron para ser los presidentes de una nación. Pero cuando fue nuestro momento de lucirnos y de poner en práctica todo lo que nuestros padres nos dieron, el contexto había cambiado y nos encontramos con que no teníamos más oportunidades por tener más educación. De hecho, a veces, hasta nos jugaba en contra.
Pero además, nos dimos cuenta de que no queríamos ser el presidente de una nación sino que con todas esas herramientas con las que contábamos, queríamos hacer cosas que valiesen la pena. No importa “hacer dinero” sino importa darle valor a las cosas.
En este contexto, empezamos a descreer de todas esas “verdades” de prosperidad  que nos habían contado y el futuro empezó a perder fuerza. Todas esas proyecciones, que nos habían enseñado a creer, sobre el futuro, no eran aplicables con la realidad al punto que solo tenía –y tiene- sentido el presente. “El futuro no existe” digo continuamente; “Sólo existe en los anhelos, los deseos, los sueños y las proyecciones. Pero en concreto, no existe”. No creemos en promesas que no sabemos si se cumplirán, que era lo que en algún modo nuestros padres sí creían y lo que nos enseñaron.
Así, el concepto de tiempo cambia. Para mí, lo importante es lo que haga en el presente. Es lo único importante. Lo que pase de acá a dos años, no puedo saberlo. Y a esto se le agrega la influencia de la tecnología que hace que el presente esté tan vigente en las relaciones, en la vida en general, en el trabajo, en el esparcimiento.  
Sacarnos la carga del futuro perfecto también nos permite ser más libres y hacer lo que queremos hacer.
Generación caprichosa
La experiencia es de por sí algo que se ha revalorizado con nuestra generación en detrimento de la proyección a futuro. Ha cambiado el foco de importancia de un tiempo impreciso –el futuro- a otro preciso y concreto –el presente. La proyección a futuro nos ha defraudado tantas veces que es como el cuento del lobo: ya no le creemos. Las verdades que nos fueron enseñadas, hicieron agua y nosotros, en ese momento, comenzamos a cuestionarlas. De ahora en más, lo que nosotros creemos es lo que vivimos en primera persona, es nuestra experiencia directa y en ella hacemos una reflexión de lo que nos pasa. No tememos enfrentarnos a cada momento, ya que esto implica la posibilidad de descubrir cosas nuevas.
Trabajamos de lo que nos divierte, estamos con la gente que nos hace bien, comemos lo que queremos, experimentamos, queremos ser libres, no creemos en los contratos eternos, nos enamoramos, sí, pero no creemos que eso sea para siempre. Resulta también que antes, el ideal de vida (estudiar, casarse, tener hijos) era parte del ideario colectivo y eso, de alguna manera, “facilitaba” las relaciones, facilitaba que eso sucediera. Para mi generación ese ideario es un peso que muchos ya nos hemos sacado de encima. Fuimos educados sobre la base de ese compendio de ideas establecidas que fue paradigma para tres generaciones pero con nosotros no aplica. La generación Y es una generación caprichosa.
Hoy, los de treinta y tantos, hacemos lo que queremos y la tecnología nos ha permitido ser, de alguna manera, más libres. Somos algo así como sibaritas para quienes tanto el trabajo, la familia y la amistad tienen que darnos placer presente.

Compartir es parte de esa experiencia, y aquí “culpo” de lleno a la tecnología aunque la independencia es uno de nuestros anhelos. Estamos en una época donde una y otra –compartir e independizarse- no se contradicen. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Podés dejar tu comentario cliqueando en "Anónimo" si no tenés cuenta de gmail.
Luego, escribís las letras que aparecen en un recuadro y finalmente aceptás en "Publicar comentario".
Ojo, suele tardar un rato hasta que se cargua el comentario.