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8:30
pm. Vuelvo del trabajo por la calle
Bolivar. A m
edida que voy subiendo hacia San
Telmo mi recorrido se ve obstaculizado por montañas de basura que las actividades de la
city generan día a día. El primer accidente orográfico lo encuentro en
Bolivar y Venezuela, a unos metros de la agencia
Telam. Allí, apilados entre cajas de cartón y
carcasas de viejas computadoras, se mezclan los restos de lo que fue alguna vez una silla o un banco, unas guías telefónicas y otros artículos varios de utilidad
oficinística. Sobre los desechos orgánicos e inorgánicos revolotean un par de manos, dos pares de manos, revolviendo los
poliestilenos oscuros o blancos, a veces de otros colores, de las bolsas de residuos. Entre las cáscaras de naranjas y los bollos de un diario viejo emerge tristemente una muñeca
semipelada y de ojos enormes. Sabe su final.
No hay hora en que las calles de la ciudad puedan
escaparle a la mugre urbana. A la noche, cuando pasan los camiones de recolección de basura dejando un halo pestilente en el aire, las veredas se vuelven intransitables. Si el viento sopla, nos vemos invitados a la danza de las bolsas, de los papeles, de las botellas plásticas de gaseosa que ruedan por el pavimento. Los climas templados incentivan los malos olores.
Caminar por Buenos Aires es estar metidos dentro de un gran
basural. Espero que eso cambie.
Claris!
ResponderEliminarvi esta nota en el diario la nacion y me acorde de tu publicacion.
beso!
http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1239682&pid=8445289&toi=6269