Mi abuela y yo. Dos generaciones tan distintas

Hablar con  mi abuela es sumamente divertido. Sobre todo porque las dos somos testarudas en defender nuestros principios que, derivados de nuestras correspondientes generaciones, son ampliamente diferentes.

Generalmente ella trata de convencerme de lo que “está bien hacer” y yo le digo que eso ya está fuera de moda, que ahora la gente hace lo que puede o lo que quiere o lo que le sale, no lo que debe o está bien visto.

Para mi abuela sólo existen lo que yo llamo las “verdades reveladas” mientras que para mí, es todo lo contrario. Mi abuela conoció a los diecisiete años al hombre de su vida (tal vez si hubiese vivido en mi generación, mi abuelo no hubiese sido “el hombre de su vida”). A esa temprana edad (¡era una adolescente!) armó toda una vida perfecta: se casó, tuvo hijos, los hizo estudiar y ser profesionales, los alentó a que formasen sus propias familias. ¡De eso se trataba la vida! A mi abuela no le hablen de divorcio o de homosexualidad (bah… a no ser que, como yo, la quieran hacer rabiar un ratito para reírse de su tozudez).

Hace ochenta años estaba de moda ser conservador. Claro que puede haber excepciones. Hoy en día está de moda ser abierto. Los contratos eternos son de dudosa subsistencia, todo es descartable, es fugaz, rápido, el consumismo es un indispensable, hay que estar conectados, no importa la inclinación sexual, el matrimonio no es la única manera de formar “una familia”, tener hijos viene luego de una larga lista de otras prioridades. De eso se trata la vida.


“Yo quiero que ustedes se realicen” se escucha a mi abuela decir del otro lado del teléfono (“realizarse” también pasó de moda). Lo dice compungida pero sabe que no va a encontrar consentimiento de mi lado. “Nosotros ahora nos “realizamos” con otras cosas abuela: con el trabajo, con viajes, haciendo cosas que nos llenen el alma” le respondo y ella arremete “A mí me llena el alma pensar que ustedes van a casarse y tener hijos, juntarnos en los cumpleaños, que la familia esté bien y unida”. Es pícara pero a mí  no va a convencerme. A ella también le gusta hacerme rabiar. En el fondo ambas nos entendemos y entonces nos reímos de nosotras mismas y de que ninguna nunca da el brazo a torcer.  ¡Es que vivimos dos generaciones tan distintas! 

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