Los rascacielos de Termópolis


Las cimas redondeadas de sus brillantes picos punzan el cielo y la luz reflejada en ellos forma una estela que enceguece al dirigir nuestras miradas a estos totems de acero inoxidable de gris plomizo.
Allí se alzan, de diferentes alturas, sobre la trama arbitraria. Se creador espera. La gente mira de reojo; algunos se detienen. Miran. Preguntan. Y Termópolis cambia, todos los días según el ánimo de su creador, que espera.
Todos los días el creador levanta esta ciudad del futuro, ciudad sin ventanas, sin veredas.
Termópolis está en Florida, pero cambia, nunca es la misma ni está en el mismo lugar.
Las superficies curvas dan libertad al movimiento; el viento se cuela por sus cuerpos fríos, metálicos, inmutables, aunque por dentro sean inertes. Por dentro nada se sabe de la suerte del clima de afuera.
Termórpolis es una ciudad de frías torres que ocultan su verdadera razón de ser en su venidero tórrido interior. Esperan algún día ser rescatados de su urbana circunstancia para volverse útiles y para pertenecer al lugar donde cobre propósito su vida.
Por el momento, esperan pacientes en su condición de ciudad dentro de otra ciudad. Se yerguen orgullosos a pesar de saberse -por el momento- inservibles.
Son, como ambicionó Le Corbusier, los rascacielos de la imaginada ciudad vertical.

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